domingo, 5 de febrero de 2012

Y vuelta a empezar

Otra vez esa sensación. No es nueva. Ojos llorosos, nudo en el estómago, tristeza vagando por cada rincón de mi alma con rumbo a ningún sitio y dirección a ninguna parte, la cabeza hundida en un helado con sabor a fracaso,... Si es que tenía que haber elegido mejor; había fresa, limón, naranja, frambuesa, incluso chocolate, pero tuve que pedirlo con sabor a fracaso, aun cuando estaba escrito con letras mayúsculas y caligrafía clara. ¿Sabor a fracaso? Y me reía. Ahora sé como sabe. Sabe a preguntas, a cuestionarme cada minuto en qué punto del camino te quedaste, cuando las sonrisas dejaron de ser sinceras, porque decidimos envenenar las palabras para convertirlas en sables, porque las caricias y los besos se esfumaron, se desvanecieron sin avisar siquiera de que no iban a volver... Sabe a odio, a desear que estuvieses trazado en lápiz y poder borrarte para siempre de mi vida, de mi presente, de mi futuro, de mis recuerdos. Sabe, en definitiva, a dolor.

Fuimos felices agarrados de la mano.¡Ojalá sólo fuese de la mano!. Quisiste anudar nuestros corazones, coser el uno al otro. Te reías a carcajadas cuando yo perdía la fe, la fe en ti, la fe en mi, la fe en nosotros, la fe en que ellos nos dejasen tranquilos. Me mirabas, tú sabes como, con los ojos de la tranquilidad y me decías que confiase en ti, que todo iba a salir bien. Sabía que no, pero quería agarrarme a tu seguridad. Era la única manera de no caer al vacío. Lo cierto es que nunca dejé de ver al fantasma de la amenaza, al fantasma de me advertía que todo iba a terminar y lo habría perdido todo. Pero tú no veías la necesidad de soltarme la mano, te parecía una idea absurda, trasnochada, escupida por mis cambios de humor. Y cuando los hilos con los que cosimos nuestros corazones se rompían, nos empeñábamos en remendarlos. Al final yo tampoco quise verlo. Me parecía absurdo tener que separarme de ti, no veía la necesidad.  Creía que duraría para siempre. Y aun sabiendo que todo eran parches y remiendos, pasé a ser yo la que, ajena a todo, te decía que se había roto en el pasado pero que las nuevas puntadas durarían toda la vida. Tornamos los papeles. Ahora era yo la que necesitaba creer que no ibas a soltarme la mano nunca.

Todo se rompió. Mi corazón reventó sádicamente, salpicando de sangre todo lo que estaba alrededor, como para recordarme que tocaba limpiar toda esa mierda. Todos los renglones de las cartas que me escribías cambiaron de orden, las letras se alteraron para tener un nuevo significado.  La grieta entre tu mundo y el mío se hizo enorme. Ahora ya no puedo saltar a tu mitad. 

Creía que era para siempre y esto es lo único que es para siempre.

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