lunes, 15 de julio de 2013

Ni rastro del dolor


Desperté y mi mundo había cambiado. No queda ni rastro de ese malestar horrible que me invadía, ni una sola señal de lo que fue el pasado.

Me levanto alterada e incrédula, sin poder reconocer el nuevo escenario en el que me muevo. Toco las paredes de la habitación con tiento, sin confiar  todavía en que todo esté limpio. ¿Qué ha sido de toda esa mierda que salpicaba de arriba a abajo mi vida? Me llevo la mano al cuello, para comprobar que esa soga que me ahogaba, que provocaba que mi respiración se entrecortase, ya no está ahí...Lleno los pulmones de aire. Libertad.  Convulsionada piso con sigilo, no vaya a ser que alguien al otro lado de la trinchera vuelva a dispararme balas envenenadas. Todo en orden.

Es como si ese tremendo huracán que asoló todo, jamás hubiese existido, como si sólo fuese un mal sueño. ¡Ni ventanas rotas, ni cortinas rasgadas, ni lágrimas en los ojos, ni dolor infinito! Sonrisas tímidas. Sólo sonrisas. ¿A dónde ha ido a parar tanto dolor? ¿Quién ha roto los barrotes de esa cárcel, de esa jaula, de esa sala de torturas en la que un día me encontré encerrada?

¡Qué absurdo! Tanto tiempo corriendo, huyendo, sintiendo como el miedo me devoraba a bocados y nada de eso era necesario. Sobraban las trincheras, los escudos, las armas... Querer matar moscas a cañonazos... Y guiada por un absurdo instinto de supervivencia, no podía dejar de correr, aunque fuese dando vueltas en redondo, sin parar, sin ver que todo era cuestión de sentarte en una silla, pensar y tomar decisiones. Decisiones acertadas, decisiones que saben romper con el pasado, decisiones que nos hacen avanzar y salir de espirales infinitas, de laberintos imposibles, de jeroglíficos sin solución. Y es que las cosas  suelen ser mucho más sencillas de lo que pensamos, no hay tantos matices y excusas como creemos, sino demasiados oídos no quieren escuchar la realidad y aún más corazones que no quieren aceptarla y se anclan al pasado y a la esperanza de que todo cambie. Las palabras pueden tener muchas acepciones, tantas como acepte el diccionario, los hechos, desgraciadamente, sólo una. Por eso hay que saber romper, avanzar, alejar de nosotros todo aquello y aquellos que, aunque decidimos que eran buenos para nosotros, no lo son. En fin, aceptar que nos hemos equivocado..

domingo, 2 de diciembre de 2012

Condenadas al inconformismo

A veces la belleza se puede convertir en una condena.  Detecto un patrón de comportamiento que no hace más que reproducirse: Chica guapa se ve endiosada por la cantidad de principes azules que tiene haciendo cola a la puerta de casa. (Muchos de ellos tendrán más de ranas, que de príncipes, pero ese no es el caso). Chica guapa flirtea con uno, con otro, con el de más allá, se ríe, se siente halagada, deseada, en ocasiones hasta el centro del universo, parece que todo orbita a su alrededor, que cuando ella da un paso el mundo se para sólo para ver como sus tacones se clavan con ahínco en el suelo. Chica guapa no tiene más que guiñar un ojo para conseguir todo aquello que quiere. ¡Chica guapa podría gobernar el mundo!

El problema viene a la hora de comprometerse. Llega un momento en quese da cuenta de que todo lo que tiene montado alrededor no es más que un circo al que le crecen los enanos. Llega un momento en que ella ve que sus amigas tienen al lado una persona que les quiere, que pasa con ellas el domingo en el sofa, que tienen un proyecto de vida común, que son amigos, amantes, novios,... Y lo que es aun peor, tienen al lado alguien que les hace verdaderamente feliz, les llena. Y ahí está chica guapa, convertida en una coleccionista de príncipes baratos, de los que, curiosamente, no se quedaría con ninguno. Tal vez con los ojos de Manuel, la sonrisa de Victor, la caballerosidad de Pablo, el saber estar de Jorge, la picardía de Álvaro y así sucesivamente hasta formar el collage perfecto, el hombre a la carta.

Chica guapa, llena de buenas intenciones, por fin quiere comprometerse. Y lo quiere de verdad. Después de todo es una chica lista y sabe que los años no perdonan y su séquito puede ir disminuyendo. Chica guapa a veces se siente sola. Y entonces hace una llamada de teléfono a aquel exnovio que daba la vida por ella, aquel con el que recuerda que por un tiempo fue feliz, que cuando estaba con él, estaba con él y sólo con él y parecía suficiente. Y llena de estupendos propósitos  le promete que se ha dado cuenta de lo mucho que lo quiere y de que es el hombre de su vida. Él, que muere por ella, accede a intentarlo. Esta vez es la definitiva. La de verdad. Chica guapa es feliz dos semanas, sí que es maravilloso que te quieran, piensa. Pero todo acaba en cuanto sale un viernes por la noche, en cuanto Víctor, el chico de la sonrisa perfecta, le envia un mensaje... Tiene mono. Intenta con todas sus fuerzas mantenerse firme, pero sufre síndrome de abstinencia de esa droga de sentirse deseada. Todo es poco para ella. Ella que puede elegir entre sus mil príncipes-enanos de circo, atada a uno y sólo a uno.  ¡Con lo que ella fue! y repasa mentalmente a todos esos hombres que rechazó, que echó de su vida. Ella que puede estar con quien quiera.... Mira con ojos de tristeza a la persona que tiene al lado. Es tan bueno... le encantaría estar perdidamene enamorada de él. Le encantaría. Es perfecto sobre el papel, pero la realidad es que no funciona. Lo terrible es que le dirá otra vez esa frase de: "No eres tú, soy yo".

Y chica guapa tiene razón, es ella. Es ella que se ha convertido en una esclava de su propia belleza. Es ella, porque su necesidad de sentirse deseada es atroz. Es ella que está encarcelada en los barrotes del inconformismo. Es ella que se ha juzgado y condenado a jamás sentirse feliz al lado de alguien. Es ella que aunque tiene momentos de lucidez y ve que el amor es otra cosa, no es capaz de mantener esa lucidez en el tiempo. Es ella que necesita constantemente la sensación de mariposas en el estómago. Es ella que es una yonki de que el mundo caiga rendido a sus piés. Es ella que por querer sentirse el centro del mundo, a veces se siente ignorada. Es ella, victima de su inconformismo. Es ella, la misma que podía gobernar el mundo, la que se siente una marioneta. La cazadora cazada.

jueves, 2 de agosto de 2012

Esos seres egoístas

Hacía tanto que no escribía como que no me sentía tan triste...Y es que a veces pienso que el dolor es la única forma de sentir, de saber que estoy viva, de saber que las cosas aun me importan, que no vivo en la indiferencia más absoluta. O tal vez sea simplemente que cuando la felicidad aborda todo se explica mejor con sonrisas que con palabras...

A veces pienso porque son precisamente esos seres egoístas y caprichosos, de carácter difícil, que nos provocan esta tristeza tan profunda de la que hablo, los que nos roban el alma. A pesar de que sus comportamientos nos generen hasta repugnancia y disten por completo de los valores que buscamos, ahí están, para dar guerra y recordarnos que los planes sólo sirven para romperlos.  Ahí están esas personas que mientras nosotros le abrazamos y pensamos que daríamos la vida por ellos, ellos piensan en que la copa está poco cargada o bostezan como si la cosa no fuese con ellos.  Y al alma le duele, la destroza, pero decidimos fingir, seguir adelante y entregar nuestra vida entera a cambio de nada, convertirlos en el centro de nuestro universo, cambiar nuestros planes y dejarlo todo por ellos, no importa de lo que se trate, renunciar a sueños, cambiar nuestros planes de futuro, aceptar las situaciones más inverosímiles... Sólo cuando se alejan se nos enciende la bombilla y pensamos qué estamos haciendo y porque. Poco dura. Entre poco y nada. Les llega con un guiño de ojo, con un gesto tierno, con una promesa, aun a sabiendas de que no la cumplirán, para robar nuestro alma de nuevo.

Me pregunto si estos seres egoístas son capaces de querer, de amar. Tal vez  sí lo hacen y la manera de amar de estos seres es pedir y exigir en lugar de dar, usar el tono despectivo en lugar de uno dulce, ocupar sus labios con malas palabras en lugar de con besos,...

Y ahí estamos, abandonados al capricho de estos seres caprichosos, como niños, que cuando se van se lo llevan todo y nos sentimos completamente desolados. Pero ¿cómo remediarlo?  No se les puede imponer lo que no sienten, no se les puede pedir cariños y palabras tiernas que sus bocas no saben pronunciar, no, porque todo pierde el sentido. Así que alimentamos el amor del mínimo detalle conseguido... Pero  cuando estos seres desvían sus miradas, nos quedamos sin luz, a oscuras. Todo se vuelve terriblemente negro.

sábado, 12 de mayo de 2012

Por querer ser más, sentirse menos...


Ha vuelto.  De nuevo está aquí sin que yo la haya invitado. Y lo peor es que esta vez ya no tengo veinte años para achacarlo a los cambios en mi personalidad, en mi cuerpo, a las inseguridades propias de la adolescencia, a la incertidumbre de descubrir quien soy… De nuevo me siento pequeña, muy pequeña, con el corazón encogido, mirando a mi alrededor y comparándome a mi misma con el resto, sintiéndome menos. Y cuanto más miro a mi alrededor más se me encoge el alma y más invisible me siento.

Toda persona tiene varias obligaciones ineludibles para consigo: conocerse a si misma, aceptase a si misma y  quererse a si misma. Pero ¿qué pasa cuando odias lo que conoces?  ¿Qué ocurre cuando no te gusta lo que ves? ¿Qué consecuencias tiene decidir reinventarte en lugar de aceptarte? ¿Hasta que punto es incompatible aceptarte tal y como eres  y mejorarte a ti mismo?

Comienzo a pensar que hay personas que nunca llegaremos a querernos, personas que  resultamos insaciables, que cuando todavía no hemos alcanzado un objetivo, ya estamos retándonos a conseguir el siguiente, que tenemos que exigirnos más y más, siempre tenemos un pero, una crítica para con nosotros mismos, no podemos darnos una tregua. Y en ese ansia de perfeccionismo exacerbado, caemos en la autodestrucción. Paradójicamente, por querer ser más, somos menos.

Lo que más me asusta es que creía que ya no era así. Creía que había ganado confianza en mi misma y aprendido a quererme, que era una cuestión de madurez, pero me doy cuenta de que la historia se repite en el tiempo, de que es un bucle que siempre se manifiesta en las mismas situaciones. Estos brotes de odio y exigencia vuelven cuando estoy sola. ¿Qué es lo que cambia tener a alguien al lado? ¿Por qué me apacigua? Creo que  tener pareja invierte el orden de todo, pues  busco ser perfecta para que alguien me quiera y es precisamente cuando alguien me quiere, que soy perfecta para él… Ser perfecta deja de ser un medio y se convierte en una consecuencia. Que alguien me quiera deja de ser un fin y se convierte en una causa.

¿Es por tanto el amor  la solución a las inseguridades, al odio hacia uno mismo, a la lucha autodestructiva por la perfección o es tan sólo un parche, una tirita que no cura nada pero tapa la herida? ¿Acaso no podemos las personas con estos problemas de exigencia para con nosotros estar solos? ¿Es posible aprender a aceptarse y a quererse?

Y aquí sigo, sintiéndome invisible, la mujer sin rostro…


domingo, 5 de febrero de 2012

Y vuelta a empezar

Otra vez esa sensación. No es nueva. Ojos llorosos, nudo en el estómago, tristeza vagando por cada rincón de mi alma con rumbo a ningún sitio y dirección a ninguna parte, la cabeza hundida en un helado con sabor a fracaso,... Si es que tenía que haber elegido mejor; había fresa, limón, naranja, frambuesa, incluso chocolate, pero tuve que pedirlo con sabor a fracaso, aun cuando estaba escrito con letras mayúsculas y caligrafía clara. ¿Sabor a fracaso? Y me reía. Ahora sé como sabe. Sabe a preguntas, a cuestionarme cada minuto en qué punto del camino te quedaste, cuando las sonrisas dejaron de ser sinceras, porque decidimos envenenar las palabras para convertirlas en sables, porque las caricias y los besos se esfumaron, se desvanecieron sin avisar siquiera de que no iban a volver... Sabe a odio, a desear que estuvieses trazado en lápiz y poder borrarte para siempre de mi vida, de mi presente, de mi futuro, de mis recuerdos. Sabe, en definitiva, a dolor.

Fuimos felices agarrados de la mano.¡Ojalá sólo fuese de la mano!. Quisiste anudar nuestros corazones, coser el uno al otro. Te reías a carcajadas cuando yo perdía la fe, la fe en ti, la fe en mi, la fe en nosotros, la fe en que ellos nos dejasen tranquilos. Me mirabas, tú sabes como, con los ojos de la tranquilidad y me decías que confiase en ti, que todo iba a salir bien. Sabía que no, pero quería agarrarme a tu seguridad. Era la única manera de no caer al vacío. Lo cierto es que nunca dejé de ver al fantasma de la amenaza, al fantasma de me advertía que todo iba a terminar y lo habría perdido todo. Pero tú no veías la necesidad de soltarme la mano, te parecía una idea absurda, trasnochada, escupida por mis cambios de humor. Y cuando los hilos con los que cosimos nuestros corazones se rompían, nos empeñábamos en remendarlos. Al final yo tampoco quise verlo. Me parecía absurdo tener que separarme de ti, no veía la necesidad.  Creía que duraría para siempre. Y aun sabiendo que todo eran parches y remiendos, pasé a ser yo la que, ajena a todo, te decía que se había roto en el pasado pero que las nuevas puntadas durarían toda la vida. Tornamos los papeles. Ahora era yo la que necesitaba creer que no ibas a soltarme la mano nunca.

Todo se rompió. Mi corazón reventó sádicamente, salpicando de sangre todo lo que estaba alrededor, como para recordarme que tocaba limpiar toda esa mierda. Todos los renglones de las cartas que me escribías cambiaron de orden, las letras se alteraron para tener un nuevo significado.  La grieta entre tu mundo y el mío se hizo enorme. Ahora ya no puedo saltar a tu mitad. 

Creía que era para siempre y esto es lo único que es para siempre.

domingo, 8 de enero de 2012

De lo individual y lo compartido

Hace ya algún tiempo llegó a mis manos un pequeño libro de autoayuda muy breve y de fácil lectura, tanto que  en su primera página está dedicado con un :"para leer en el váter o sitios así...", que contiene treinta claves para ser felices en pareja. Esperaba un libro ñoño que hablase de compartir, de darse, de ceder, de mortificarse, de un amor absorbente,...  Para mi sorpresa, encontré varias recomendaciones que me llamaron positivamente la atención.  

Una de sus indicaciones era: " Respeta el derecho de tu pareja a su vida privada; el espacio individual es importante" Y es que cada vez es más frecuente la violación del espacio personal, la anulación de la intimidad, el control absoluto de la vida de quien tenemos al lado.  Coger el teléfono móvil de nuestra pareja, entrar en su cuenta de correo, ver el registro de páginas web a las que ha accedido, se ha transformado no en normal, pero sí en algo habitual y recurrente.


Podría simplificarse el problema achacándolo a la inseguridad, a la desconfianza en la otra persona, a los celos enfermizos,... Pero más allá de eso creo que existe un problema en el concepto que manejamos del amor. A mi parecer, nadie es la mitad de nadie. Somos uno. Cada persona es uno por sí mismo. Cada uno de nosotros somos personajes globales que reímos, lloramos, amamos, odiamos, trabajamos, nos da pereza levantarnos de la cama, tomamos decisiones, tenemos nuestras miserias y nuestras virtudes, acertamos y  nos equivocamos,...  Somos uno completo. La cuestión es que, como seres humanos, tenemos la capacidad de decidir, de elegir libremente. Y el amor no es más que eso, una decisión de compartir con otra persona. Una decisión libre y no condicionada.  

Realizamos una elección, renunciando  a otras cosas. Somos nosotros quienes decidimos, de forma razonada,  compartir nuestro yo, pero no para que nadie nos complete, no para acallar a nuestra soledad, no para depender de una persona, no para poseerla, porque nosotros ya somos uno.  Y si lo decidimos de forma libre, ¿cual es el miedo? Yo que puedo  establecer, jerarquizar, priorizar lo que deseo hacer, que puedo elegir lo que más me llene, te elijo a ti. ¿Cuál es entonces el miedo? ¿Por qué no entendemos que es necesario vivir periodos de tiempo separados, que los intereses personales generan interés dentro de la propia pareja? ¿Por qué no entendemos la privacidad, el derecho a no tener que renunciar a la individualidad cuando en realidad somos uno?

domingo, 1 de enero de 2012

Vete y no vuelvas

Por fin te has ido. Por el mismo sitio que llegaste, te has ido. Desde ninguna parte y hacia ninguna parte.  La diferencia es que entraste haciendo ruido, conseguiste te esperase impaciente, que brindase a tu llegada; ¡pobre inconsciente!; sin embargo, te has ido por la puerta de atrás, sin que se notase demasiado, aprovechando el protagonismo que otros te robaban en aquel momento, de puntillas, sin despedirte, para no oír mis quejas, para no pagarme la deuda que me has dejado. Te has marchado cabizbajo, te has ido para no volver y ni siquiera me has dejado en el aparador de la entrada una nota. Al fin y al cabo ¿Qué ibas a decir? Hay veces que es mejor no decir nada. Las palabras se acabaron, el diccionario entero se borró, página a página, línea a línea. No había palabras posibles.

 Asolaste todo en tu estancia. Fuiste ese terremoto que dejó hecho añicos mi mundo. Añicos imposibles de recomponer.  Pasé horas de mi tiempo en un minucioso trabajo de reconstruir cada rincón que tú habías destruido, busqué con sumo cuidado cada astilla, recompuse el puzzle, cuidé de que todo encajase,  pero en realidad todo está artificialmente pegado, mi vida sigue rota. Te odio. Te llevaste la esperanza contigo, ella también corrió tras de ti y me dejaste sola, completamente sola.

A tu llegada generaste grietas en los muros que te ofrecí para cobijarte, rompiste las cortinas de mi intimidad, rasgaste los tapices de mi corazón, quemaste con tu cigarrillo la tela del sofá donde solía tumbarme a evadirme del mundo, a soñar, dejaste mi casa vacía una noche, te llevaste todo lo que me importaba e hiciste salir a la luz del día antes de tiempo, para que tuviese que abrir los ojos, para que notase el vacío y, así, reírte de mí, impúdicamente. Te burlabas apuntándome con el dedo.

Ayer, cuando te fuiste, cuando ya no no estabas, te escupí como si siguieses ahí, pegué puñetazos al aire, pataleé como una niña, te insulté a voz en grito, te lo dije con la garganta, con las manos, con las lágrimas, con todo el cuerpo: "¡Vete y no vuelvas!"  Alguien me escuchó, decidió que era hora de pasar página y me regaló un año nuevo.