Desperté y mi mundo había cambiado. No queda ni rastro de ese malestar horrible que me invadía, ni una sola señal de lo que fue el pasado.
Me levanto alterada e incrédula, sin poder reconocer el nuevo escenario en el que me muevo. Toco las paredes de la habitación con tiento, sin confiar todavía en que todo esté limpio. ¿Qué ha sido de toda esa mierda que salpicaba de arriba a abajo mi vida? Me llevo la mano al cuello, para comprobar que esa soga que me ahogaba, que provocaba que mi respiración se entrecortase, ya no está ahí...Lleno los pulmones de aire. Libertad. Convulsionada piso con sigilo, no vaya a ser que alguien al otro lado de la trinchera vuelva a dispararme balas envenenadas. Todo en orden.
Es como si ese tremendo huracán que asoló todo, jamás hubiese existido, como si sólo fuese un mal sueño. ¡Ni ventanas rotas, ni cortinas rasgadas, ni lágrimas en los ojos, ni dolor infinito! Sonrisas tímidas. Sólo sonrisas. ¿A dónde ha ido a parar tanto dolor? ¿Quién ha roto los barrotes de esa cárcel, de esa jaula, de esa sala de torturas en la que un día me encontré encerrada?
¡Qué absurdo! Tanto tiempo corriendo, huyendo, sintiendo como el miedo me devoraba a bocados y nada de eso era necesario. Sobraban las trincheras, los escudos, las armas... Querer matar moscas a cañonazos... Y guiada por un absurdo instinto de supervivencia, no podía dejar de correr, aunque fuese dando vueltas en redondo, sin parar, sin ver que todo era cuestión de sentarte en una silla, pensar y tomar decisiones. Decisiones acertadas, decisiones que saben romper con el pasado, decisiones que nos hacen avanzar y salir de espirales infinitas, de laberintos imposibles, de jeroglíficos sin solución. Y es que las cosas suelen ser mucho más sencillas de lo que pensamos, no hay tantos matices y excusas como creemos, sino demasiados oídos no quieren escuchar la realidad y aún más corazones que no quieren aceptarla y se anclan al pasado y a la esperanza de que todo cambie. Las palabras pueden tener muchas acepciones, tantas como acepte el diccionario, los hechos, desgraciadamente, sólo una. Por eso hay que saber romper, avanzar, alejar de nosotros todo aquello y aquellos que, aunque decidimos que eran buenos para nosotros, no lo son. En fin, aceptar que nos hemos equivocado..